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VII SESIÓN MARTES 5 NOV

Josep Vilageliu





La sesión del martes llega cargada de cortometrajes, 16 en total, y entre tanta variedad de propuestas destacan varios documentales con muy buena factura. En esta ocasión, la mayor parte de los cortos tratan uno de los temas más acuciante en estos momentos, la problemática habitacional, ligada a la explosión incontrolada del turismo

 

Paraíso roto, de Nara Rodríguez y Magua, de Clara Estil-las García, surgen del Taller de Documentales: Creatividad de la Investigación al Montaje, en el que se da tanta importancia a la investigación previa como a la imagen y el sonido.

 

Paraíso roto se centra en la multitudinaria manifestación que tuvo lugar en Las Palmas de Gran Canaria exigiendo detener el proceso imparable de turistificación. De una manera más o menos solapada, en un proceso constante e imparable, las viviendas ocupacionales han ido desplazando a la gente de sus casas, divididas ahora en habitaciones, cada una con su código, y la gente ha tomado conciencia. El corto recoge el acto de protesta y reflexiona sobre ello. Así, entre pancartas de turismofobia y canarifilia, y proclamas de que el pueblo salva al pueblo (un sentimiento que surge en las catástrofes como en Valencia), subyace una reflexión sobre el alma y el cuerpo, el cuerpo es la casa y el alma la gente que la habita, el hogar. Como dice uno de las personas entrevistadas, “no tengo otro paraíso al que ir”.

 

Magua continúa esta reflexión sobre cuál es nuestro verdadero hogar, el lugar donde nacimos o el  que hemos decidido para vivi, a partir de la huida de un músico canario (“Me sentía como en una cárcel”), primero a Madrid, luego a Barcelona, para regresar de nuevo a su tierra, en busca de sus raíces. Esta búsqueda de comunión con lo propio, con la esencia de lo canario, incluso acechando influencias africanas, a través de  la cultura, tiene su colofón en la escena final de un concierto en la calle.

 

Argelia, 1976, de Juan Pablo Sánchez, constituye un corto de montaje, influido por los cortometrajes revolucionarios cubanos de los años 70, en especial los documentales de Santiago Álvarez, en cuyos trabajos confluía la recogida de los acontecimientos políticos y culturales con la reflexión de los mismos. En el corto se despliega una sucesión de imágenes, recortes de prensa, fragmentos de noticiarios, que recogen momentos críticos de la historia más reciente de Canarias, la aparición del movimiento independentista del MPAIAC, el intento de asesinato de Cubillo, el atentado en Gando o el accidente de aviación de 1977, para llegar a la crisis del modelo turístico actual, ligándolo mediante el montaje dialéctico a una crisis política sobre la identidad.

 

Preokupaciones, de Yesesnia H. Febles, un corto rodado en La Palma Rueda que juega con las palabras Ocupaciones y Preocupaciones y reflexiona sobre los problemas de la vivienda tras el volcán. Primero se nos muestra una zona ajardinada, llena de vistosas flores y una mujer mayor cuidando el jardín. Pero estas imágenes idílicas esconden un drama humano, ha tenido que abandonar su casa. En la segunda parte del corto se nos presenta la mujer extranjera que ha ocupado su hogar, una mujer que no quiere saber nada de los productos de la tierra y por medio del teléfono sigue especulando con las casas del vecindario. Los ocupas no son el problema, se nos dice al final. Cuatro planos sucesivos nos cuentan toda una historia: una hormigonera oxidada, unas flores, estas mismas flores ya marchitas, una rueda girando.  

 

Bastante bien, de Cristina Yu, un corto minimalista que transcurre en el interior de una guagua, donde unas mujeres conversan sobre los problemas de la vivienda, mientras otros pasajeros no dejan de mirar el móvil. Tras un brusco frenazo, el conductor les pregunta si están bien. Vastante vien, podemos leer, junto al característico cartel Vv que prolifera en las fachadas de las casas.

 

En Árido, Orlando Almeida nos expone de una manera muy gráfica los frustrados intentos de un campesino al intentar vender su cosecha en un mercadillo. Mientras regresa a su huerta, escucha en la radio del coche las excelentes noticias sobre la industria turística.

 

Claudio, de Rebeca Alemany, es otro personaje del campo, de joven ovejero y esquilador, ahora, ya retirado, mantiene su huerto. Una mujer, quizás la propia directora, intenta recordar quienes eran unos abuelos que no llegó a conocer, pero sí a Claudio, y nos lo presenta, para que él, a su vez, se nos presente a nosotros. Al contrario del profundo pesimismo que impregna casi todos los cortos, cuando ya parece que el oficio de ovejero se ha extinguido, se nos muestra a jóvenes que intentan ilusionados continuar con la profesión, pues las ovejas son importantes para la conservación de los bosques.

 

Paisaje sonoro, de Oriol Cervera y Dani Mendoza, consiste en un único plano del paisaje del centro de Gran Canaria. Es una imagen muy bella, idílica, bien encuadrada, en la que distinguimos un bosquecillo a la izquierda, unos arbustos en primer término mecidos por la brisa, la suave línea del monte como fondo, y el cielo e toda su magnificencia. Escuchamos el sonido que corresponde a tan bella estampa, los trinos de los pájaros, el murmullo de la brisa, pero al poco tiempo asciende un bramido que ensordece el entorno, el sonido de la gran ciudad. Después, como un mal sueño, el paisaje recupera su sonido. Dani Mendoza, cineasta pero sobre todo experto en sonido, juega con el montaje asíncrono de la imagen y el sonido y nos ofrece una clara advertencia.

 

Duelo, de Gustavo G. Torres, un corto procedente del concurso Tenerife Noir, reproduce los ambientes nocturnos del cine negro americano, con su luces y sus sombras, el rojo para Paloma, acechando con un fusil a Idaira, su rival, desde la ventana, la calle iluminada con las luces amarillas del alumbrado público. El desahucio está a la vuelta de la esquina.

 

En Azul, Adrián Viador fotografía uno de los pocos paraísos todavía no hollados por la especulación y el turismo, la minúscula caleta de Poris de Candelaria, en Tijarafe, y nos presenta a uno de sus moradores. Vemos primero a Berto sentado junto a su perro como para una fotografía, frente a su casa, uno de los hogares construidos en la roca, aprovechando las cuevas, y le vemos pintando unos taburetes de azul, azul marino, recalca. Y nos cuenta cómo se fue organizando la vida en un lugar aparentemente inhóspito, tan cerca del agua, aportando los materiales de construcción a través del sendero de difícil ascenso que les comunica con el mundo de arriba.

 

Pesquisa. De José Antonio González, es un corto conceptual construido sobre imágenes y frases. Primero vemos un árbol aislado, luego un marco, como un cuadro en una pared, a través del cual se nos ofrece el fondo marino, y se nos dice que la ventana parece abierta, pero no lo está, también hay una puerta, en medio del campo, y hay una silueta al otro lado, de alguien que intenta mirar y no puede porque el cristal es traslúcido. Matamos el mar, matamos la tierra, leemos, mientras escuchamos el lamento melancólico de una guitarra. Para cerrar el corto, se nos ofrece la imagen de un paisaje brumoso, en cuyo centro se erige una vivienda de campo.  

 

En Antes de todo, de Yon Bengoechea, otro corto exprés de La Palma Rueda, un personaje interpretado por David Pantaleón, cineasta al que se le dan muy bien estos personajes absurdos, intenta demostrar que el origen de una pieza de oro que pretende vender procede del origen del universo.

 

En Días de luto, Mario Iglesias, fiel a su estilo nervioso, nos presenta a una pareja comiendo en un restaurante, no parece que tenga mucho interés la conversación que mantienen, pero la cámara se demora en los rostros, y a pesar de que hay momentos felices, y se desmenuzan recuerdos sin importancia, advertimos el nerviosismo del hombre, la cámara es imprecisa, la imagen se desenfoca por breves instantes. Al final, un plano general nos explica el duelo del personaje.

 

Seres, de Fabio Cordero, nos ofrece un ejemplo de buen cine, un cine de imágenes que no precisa de palabras. En la playa de cayados una chica toma el sol, del agua solo vemos unas olas en el extremo del encuadre, pero escuchamos su rumor. Llega un chico y se instala cerca de ella, cada uno en su rollo, él escuchando música con los cascos, ella lee un libro. No se miran, no todavía, pero sentimos una atracción invisible que hace que finalmente se miren, y se reconozcan. Primeros planos, incertidumbre, reconocimiento. A un primer plano frontal de ella bajo el sol le sucede un plano similar de ella iluminada por el fuego. La imagen se enturbia, la cámara gira con los danzarines alrededor de la fogata, se pierden los contornos de los rostros, mientras la pasión se desborda como una marea. Ahora regresamos a la playa, frente a nosotros la inmensidad del mar. Ella se levanta y se sumerge en las aguas. Fin.

 

Me llamo Clara, de Jaime Gómez, nos habla de otra pareja, esta vez de dos mujeres que tras un encuentro azaroso, viven una intensa noche de pasión. Por la mañana la realidad se impone, ni siquiera conozco tu nombre, le dice al despedirse. Me llamo Clara.

 

La sesión se cierra con la angustiosa Quien llama, de J.A. Villalobos, que incide de nuevo en las ocupaciones de viviendas, para exponernos el drama de dos parejas cada una al otro lado de la puerta, ¿a quién pertenece el piso? ¿qué ocurrió? El corto nos deja un interrogante: ¿quién está echando a la gente de sus casas y por qué?

 

 

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