Josep Vilageliu
En esta quinta sesión de cortometrajes, se vislumbran dos miradas contrapuestas sobre el mundo, un cine de mujeres y un cine dirigido por hombres, sin que por esta razón tengamos que presumir una diferencia básica. Los cortos sobre el acabamiento del mundo debido a la idiotez de la especie humana, tan abundantes en las sesiones anteriores, aquí se limitan a un par de producciones, lo suficientemente contundentes y desasosegantes para que nos lo tomemos en serio. Abundan, sin embargo, varias historias sobre la soledad y la falta de ilusiones en nuestra sociedad actual, relacionadas de algún modo con las redes sociales y la virtualidad en la que nos estamos sumiendo. Quizás aquí también estén, más solapadas, las causas de la extinción. Cine en general de contenido sobre las formas, con ideas sin desarrollar y expuestas de manera simplista. Los he agrupado por temas.
La mirada de las mujeres cineastas.
En María, María de Miguel nos habla, no sé si sabiéndolo, del mecanismo de identificación que constituye la esencia del cine. Dos chicas asomadas al balcón observan a los viandantes y les asignan, por su manera de andar o de comportarse, una historia personal. Juego inocuo al principio, pues no les apela. Una de ellas acaba viéndose a sí misma en una chica solitaria, proyectando sobre ella todas sus inseguridades, al igual que la espectadora de cine se implica en los personajes ficcionales de la pantalla.
La de Valeria, de Raquel Ventosa, nos describe mediante un ágil montaje el frenesí de una gran ciudad, la ciudad contradictoria entre modernidad y tradición que es Madrid, el Madrid de las cañas y los bares abiertos hasta la madrugada, donde cualquier mujer, incluso si se trata de una actriz que se considera medianamente famosa porque la hemos visto en Netflix, puede sentirse ninguneada, aislada por el barullo, una mujer sin identidad. Valeria, este es su nombre, deberá mirarse al espejo y decirse que sí, que sigue siendo Valeria y que el anonimato que impone el vértigo de la noche no va a poder con ella.
Tras la mirada, de Vania Cabrera, es un corto procedente de Cinedfest, rodado por alumnos. Con una simple puesta en escena, la ropa adecuada y encuadres precisos, transforman el instituto donde han rodado el corto en una clínica psiquiátrica, y describen sin concesiones, cómo una chica es secuestrada para ser sometida a procesos de adoctrinamiento, anular su personalidad e incorporarla a un mundo subyugado junto a docenas de otras mujeres.
Burbuja, de Elisa Cano, Salomé Moreno y Elena de la Cruz ponen en escena una alegoría sobre las relaciones humanas. Huyendo del realismo, un grupo de hombres y mujeres con túnicas blancas, sentados alrededor de una mesa, compiten para llegar a lo más alto, marginando a los demás. El problema es que son las mujeres las que irán siendo retiradas de la mesa, y tan solo se les permitirá contemplar el juego desde detrás del cristal.
En Superpapa, cielo y tierra, Nara Ortega y Frank García lo tienen claro. La solución solo puede venir de una nueva superheroína. Las nuevas diosas surgidas de nuestro pasado mítico
Energía, mar y flor, de Marta Fuenar y Natalia Martínez, es una pieza minimalista sobre un equívoco idiota, procedente del concurso online Notodofilmfest, que protagonizan dos chicas y un señor calvo. La tesis sería, si es que hay alguna, que cuando miramos a las personas quizás no atendemos demasiado a su apariencia física sino a la energía que las personas manifestamos.
Cineastas sobre el cuerpo de las mujeres:
Canario, de Dailos Vega, se pliega al simbolismo plástico, apela a la pintura y dispone los cuerpos de un chico y una chica, pero sobre todo el de la chica, como esculturas vivientes, y los envuelve en túnicas y velos traslúcidos, para hablarnos de cómo a veces se quiere poseer un cuerpo para luego destruirlo, como el canario del título encerrado en una jaula. Se cierra el corto con la imagen del hombre y la mujer unidos entre sí por una tela roja que envuelve sus cabezas, una imagen de gran poderío visual que nos recuerda algunos cuadros simbolistas, como el de “Los amantes” de René Magritte.
Barraquito especial especial, de Roger Campanera, es una flipada visual que implica a dos chicas. Tras tomarse un barraquito, cuyos ingredientes producen alucinaciones, se sienten completamente libres de ataduras y emprenden un viaje de unión con la naturaleza, y así las veremos encaramadas a un árbol, correteando por la floresta y sumergiéndose en las aguas primordiales en una coreografía acuática a la que se incorpora la camarera, para que finalmente y ya en la cama culminen su periplo.
Cerca de la extinción:
Amarrados, de Paco Rodríguez, corto militante de activistas contra la tala de árboles y la extinción de las especies. No sabemos las consecuencias pero es mejor atarse a los árboles y protestar.
Diario espacial, Antonio Cano, es un corto sobre el apocalipsis venidero contado de forma exquisita en forma de flash back. No nos cuenta qué pasó ni las causas, quizás no hace falta porque todos nos las sabemos, tan solo un plano inocente de un avión cruzando el cielo sobre la mar en calma como una premonición o como una velada amenaza. Solo se nos muestra una mañana feliz con los colegas, zambulléndose en las aguas, añoranza en estado puro, límpida descripción de la felicidad en pocos trazos. La voz del narrador, desde este futuro impreciso, nos recuerda, mientras cada uno de los amigos se arroja al agua y los dejamos de ver, que esta va a ser la última vez que los vio vivos.
Quand il n´y aura même plus, de Anthony Cajan, film de metraje encontrado sobre los estragos y posibles consecuencias de la orgía armamentística, montaje frenético con escenas de noticiarios de las guerras del siglo XX. Una simple imagen nos ofrece un tenue consuelo cuando ya no quede nada sobre la tierra.
Soledades:
Derrumbe, de Airam Rodríguez, nos ofrece, mediante unas pocas imágenes, el abismo entre lo que uno desearía, escalar la vertical de una montaña, y la cotidiana realidad. El protagonista trabaja en las alturas, pero como limpiador de cristales. El derrumbe anunciado no es más que el de las ilusiones.
Bittersweet tears, de Fabio Cordero, da cuenta de la soledad de una chica, lejos de la familia y de los amigos. Debe trabajar lejos, porque lo único que la acompaña son unas cuantas fotografías y las imágenes deterioradas de alguna grabación familiar. Se pinta la cara de payaso, intuimos que se prepara para entretener a los niños de otra familia, mientras esconde su tristeza. Con unas pocas imágenes podemos reconstruir su vida.
En Smith, de Estela Lola Cedrún, se describe el ritual cotidiano de un hombre, trayectos de ida y vuelta hacia ningún lugar, llegar a casa, recontar en la alacena las latas de comida que le restan, y sentarse en la soledad de su apartamento para comer la comida enlatada. Al acercarse a su piso, advierte la presencia furtiva de alguien que vive en el apartamento contiguo, y se despierta en él la lógica curiosidad. Un corto sobre lo anodino de la existencia, el anonimato, la soledad y nuestro innato voyeurismo.
Virtualidades:
Escribiendo, de Pablo Olewski, nos enfrenta en clave de humor a la desazón que nos produce tener que decirle cuatro verdades a otra persona, cuando lo único de que disponemos es un móvil. Ya nadie llama a nadie por teléfono, parece que sintamos terror al cara a cara, es mejor escribirlo por wassap, pero, ¿cómo reaccionará el otro? Esperamos, impacientes, un dedo apuntando hacia arriba, cualquier cosa antes que el silencio.
Pajarracos, de Domingo de Luis, es una historia, como dice el narrador, “entre dos pájaros de mal agüero, uno de plumas y otro un clonero”, uno es un cuervo y el otro el clon del propio director, el único corto realizado con inteligencia artificial presentado en la Palma Rueda, al existir un apartado que proponía este tipo de trabajos, siempre en la avanzadilla técnica. El corto consiste en una alocada y absurda discusión entre un pájaro y un director con pájaros en la cabeza.
Scrollear después de Gaza de Martín Emiliano, nos enfrenta a la obscenidad de las imágenes virtuales que nos asaltan a través de los móviles. Instagram, Wassap, Tick Tock, se han convertido en un sumidero infinito de videos de pequeño formato, que se van sucediendo sin solución de continuidad, dejándonos en modo catatónico. En medio de esta vorágine de imágenes diversas, conviven escenas cotidianas de perros y gatos, cumpleaños, goles, bailoteos, exhibiciones lúbricas, con imágenes de la barbarie actual.
Run Run Rabbit, de Maine Guerrero, va más allá, y cuestiona la inocencia del mundo virtual de los juegos, pues a través de ellos se entrena a los jóvenes usuarios para ejercer su poder en el mundo real, un juego en el que se reparten los papeles entre los jugadores, dominadores ellos y dominadas las chicas. Cazadores y presas terminan siendo violadores y víctimas.
Quizás así se llega al apocalipsis más rápido.
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