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I SESIÓN SÁBADO 2 NOV 20,30 h - 20ª SREC

Josep Vilageliu


La primera sesión de un festival es siempre una obertura que nos anuncia las sesiones venideras. Hay que dejarse llevar por las luces y las sombras, sentir un íntimo regocijo por los placeres que nos deparará cada corto, aguzar las entendederas para colegir destellos, pistas y sentidos ocultos que nos asaltan en la mezcla de cortometrajes de apariencia disímil.

 

En Aunque es de noche, de Guillermo García López, hay una imagen reveladora, uno de estos planos que lo dice todo, al contener la semilla de todo el corto. Toni, un muchacho que vive en la Cañada Real, acude con su amigo a un almacén destartalado, guiados por la luz de sus linternas. Su búsqueda es infructuosa y en su impaciencia derriba una jaula con pájaros de vistosos colores, los cuales, al sentirse libres, aletean en la estrecha oscuridad del cuarto. Los chicos son descubiertos y tratan de huir. El plano al que me refiero comienza ya en el exterior: uno de los chicos huye y se aleja de nosotros, perseguido por dos hombres, y todos ellos desaparecen detrás de una puerta al fondo del encuadre. Es ahora cuando la cámara inicia un movimiento ascendente para descubrirnos un cielo constelado, no de estrellas, sino del plumaje multicolor de las aves liberadas.


En una escena anterior, un grupo de personas se reúne alrededor del fuego, no hay electricidad en la Cañada Real, y una mujer mayor hace las delicias de grandes y pequeños con sus historias.  Lo real, la miseria de este barrio periférico, convive con lo imaginario, las historias que se cuentan  en el calor de la noche. El corto se cierra con otra hoguera, con Toni ahora ya solo, ha perdido a su amigo, su sombra proyectada en las paredes deslucidas, ese otro yo que el fuego proyecta sobre la pantalla blanca de los sueños, quizás más real.

 

Esta dicotomía entre lo real y los sueños discurre por debajo de los demás cortos en esta primera jornada de San Rafael en Corto, una corriente subterránea que podemos rastrear en los modos de entrelazar el realismo de las imágenes con el imaginario del relato. 

 

En Apokalyse,  Alejandro González, toma prestadas imágenes de zonas devastadas por una inundación con el fin de avisarnos de un posible colapso de la humanidad ante el posible accidente de una central nuclear en Eslovaquia. Las imágenes y las voces de los noticiarios son lo suficientemente creíbles, nos hacen dudar de si este accidente ha podido tener lugar en estas zonas alejadas donde ocurren todos los apocalipsis, un lugar que se aloja en nuestro imaginario cinéfilo. El puro realismo de las imágenes, de carácter documental, es puesto a prueba mediante trucajes ópticos, presentándolos como si se tratara de una película de super8. En Aunque es de noche, Toni llevaba consigo una móvil y nos hacía ver la realidad de la Cañada Real y de sí mismo a través de su pequeña pantalla, probando filtros que tiñen la realidad, y así vemos de manera consecutiva el espacio yermo y la miseria en amarillo, azul o naranja, su propio rostro en azul como si fuera él mismo un extraterrestre y nos halláramos a años luz de nuestra realidad. ¿O es quizás esta la realidad?     

 

En Bahari, Anatael Pérez toma como modelo las películas de aventuras para describirnos las atrocidades de los conquistadores al hollar tierras salvajes, una épica que se hace evidente en la representación del espacio (planos amplios de la costa, un cielo límpido, el mar impávido) y de los personajes (vestuario de la época, caracterización identitaria). Planos cerrados de la sangre, de los cuerpos retorcidos por el dolor, a su manera realistas, contrastan con la presencia de la mujer indígena surgida de las aguas, que guiará al protagonista a través de diferentes épocas de agravios y matanzas, como un espectador inocente. La mujer, sin embargo, nos descubrirá que el espectador inocente es una falacia,  al guiarle a través de la conciencia para descubrirle, y descubrirnos, una ignota responsabilidad ante el dolor y la iniquidad del mundo en el que vivimos. Lo real y lo mítico se entrelazan también aquí.

 

De una manera mas sencilla, en Mierda para mamá, presenciamos el monólogo de una mujer sobre el acto de fabular. Enseguida descubrimos, primero que se trata de una novelista que debe hacer frente a sus responsabilidades cotidianas mientras busca tiempo y recogimiento para la escritura, e inmediatamente, cuando el plano se abre y vemos desde donde nos habla, que su parlamento estaba dirigido a su bebé y estaba ensayando un papel.  La mujer es Rocío Rubio, actriz y directora al mismo tiempo, y nos parece que habla de sí misma. Lo cotidiano, lo real, se entrecruza también aquí con la representación, lo imaginario.

 

Unas ollas sobre el fuego, un bucio, un pueblo en fiestas, una feria de artesanía. Cada uno de los planos con los que comienza Hay que ser buena, de Ismael Cabera, nos sitúa perfectamente en un lugar, Artenara, donde vive una señora mayor poseedora de la sabiduría ancestral.  El fuego de las hogueras, que en Aunque es de noche servía para reunir a la gente para contarse historias, aquí se utiliza para calentar la comida; el bucio nos habla de ceremonias olvidadas; la mujer hace ganchillo y vende las prendas en una de las casetas. Si el corto Mierda para mamá se abría con una dedicatoria, “a las tejedoras de historias”, aquí la mujer nos desgrana los rezados de ritos curativos mientras entrelaza hilos que nos llevan a otras historias. “Se va el cuerpo, pero eso que habla es el alma”, nos dice, “el alma es el habla”. Como si el alma de corto nos hubiera abandonado, contemplamos un plano amplio del monte.

 

Al otro extremo del realismo se hallan las imágenes impostadas de Sueño finlandés y paranoico, de Jimena Aguilar, donde una mujer, cuyo rostro muta en avatar, nos explica cómo será el futuro, , un futuro donde el lenguaje, nos dice, no va a ser una actividad compartida, y donde los humanos perseguirán los sueños que les salven de la indiferenciación del mundo. Las imágenes pop, sucediéndose y mutando continuamente, conforman una nueva realidad. ¿No es esa la esencia del cine? ¿Está hablando del futuro o de nuestro presente?

 

La erosión del agua, de Yon Bengoechea, es una pieza conceptual presentada en Visionaria. También aquí se nos habla de mutabilidad de lo más tangible, el mundo en el que vivimos, de cómo el agua, como el tiempo, va borrando los contornos, los acantilados, los recuerdos, quizás también los sueños.

 

Core Ruíz levanta en Empezar de nuevo un corto de mimbres melodramáticos, la historia de una pérdida contada a media voz, un presente de primeros planos cargado de emociones contenidas que contrasta con las luminosas escenas del pasado. Se trata aquí de narrar siguiendo unas pautas bien engrasadas de un cine de la representación, y sin embargo, algunos planos, sobre todo al principio, la bandada de pájaros en un cielo inmaculado, o los planos desde el coche, atravesando un túnel, adquieren un carácter premonitorio, cargados de sentido.

 

Este sentido que pueden adquirir o no las imágenes constituye el tema del corto La mancha, de Nacho Peña, otro corto rodado en La Palma Rueda como el de Core Ruiz, un corto en este caso muy distinto, gamberro e irreverente, en el que un grupo de personas, mientras rehabilitan una casa para su venta, descubren una extraña mancha en la pared, como una fotografía detenida en el proceso de revelado, y cuyo significado se les escapa.

 

Elegir bien una imagen es dotar de sentido toda la narración. Este es el caso de 25 de mayo, de Sam Molina: una pareja de niños sentados en la penumbra, en el umbral de una puerta con un fondo de casas derruidas, en una inútil búsqueda de sentido de una guerra absurda. Instalados en el filo de la luz y la sombra, este umbral adquiere finalmente un nuevo sentido y el corto, sustentado en el realismo de las imágenes, se decanta por una película de fantasmas.

 

Desbaratar el sentido de una narración es muy usual en los rodajes exprés, con el fin de sorprender al espectador. Mi ratito, firmado por Emilio González, en el que Nacho Peña ejerce como productor, es otro corto de “Los de siempre”. Lo que se inicia como la típica guerra de sexos, una discusión de una pareja en la cama, concretada  más allá del diálogo en la oposición luz y oscuridad (aquí la lamparita que se enciende y se apaga, y la oposición cromática, colores cálidos para él y fríos para ella, termina comme il faut en un puro disparate.

 

Las imágenes de Matryoska, de Joseph Ros, una producción cubana, nos remiten a Chernóbil, y nos habla del duelo, de la imposibilidad de una salvación ante uno de los mayores desastres medioambientales de la historia. El hilo de la narración, y también el sentido, lo lleva el cuerpo de la protagonista, en una coreografía de gestos que enlazan el pasado con el presente.

 

En la lluvia que fue, de Estela Lola Cedrún y Álvaro Carrero, las imágenes del cabrero en la planicie de Fuerteventura nos remiten a un pasado lluvioso, lejano en el tiempo, que contrasta con el paisaje yermo y del presente. Nunca vemos este pasado esplendoroso, no se nos dejan ver las gotas de lluvia, tan solo evocadas por el lamento del relato oral.

Domingo J. González y Elena de Vera nos describen en Atlántico un océano de colores, peces felices deslizándose por un presente continuo, pero esta representación es engañosa: entre nosotros y estos seres existe un cristal que no nos deja vislumbrar la realidad. Un operario limpia la pared del acuario y la cámara, al alejarse, nos descubre a estos peces en cautiverio, y la banda sonora se eleva para dejarnos escuchar las risas y los comentarios de los niños.

 

El último corto comparte con los anteriores la representación del mundo animal: pájaros multicolores en Aunque es de noche, cebras en Sueño finlandés y paranoico, cabras en En la lluvia que fue, peces en Atlántico y de nuevo cebras también aquí, pero también toda la fauna que encontraríamos en El rey león o en El libro de la selva, pero aquí en un corto combativo, una lamentación como la del cabrero, de un mundo que quizás perezca para siempre, que no sabemos si nosotros le sobreviviremos o ellos, el mundo animal, nos sobrevivirá a nosotros.

 

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